“Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años” (Mark Twain)
Uno de los problemas con que me encuentro en consulta de cara a determinar si un hecho es adaptativo o no para un paciente (los psicólogos huimos de la dicotomía bueno/malo como de la peste), lo genera el hecho de que en muchas ocasiones ni tan siquiera la propia persona con la que se confronta la realidad de un fenómeno, sabe a ciencia cierta qué piensa de él.
Hay muchas causas que pueden influir en esto, desde el desconocimiento del porqué se hace/busca algo, hasta la existencia de variables externas que pueden influir en realizar una conducta o simple mecanismos de autoengaño como la negación o la proyección reactiva.
¿Debo mandar a la mierda a mi jefe que es lo que me apetece desde hace meses?, ¿debo decirle a mi mujer que llevo 5 años poniéndoles los cuernos con su hermana?, ¿tengo algún problema por meterme 7 cubatas al día como llevo haciendo diez años? Minucias de este tipo.
Sin embargo, una de las estrategias que sorprendentemente es más eficaz para aclarar la propia mente de las personas en terapia (recordemos que como profesionales no conviene dar respuestas cerradas o imponer nuestra verdad, sino hacer que el paciente encuentre la suya, su respuesta), consiste en algo tan simple como preguntarle: ¿Si tu hijo estuviera en tu misma situación qué te gustaría que hiciera?, ¿si tu hijo estuviera en tal situación a quién recurrirías?…
Lógicamente, esta estrategia tiene algunos inconveniente, dos fundamentalmente.
En primer lugar solamente es válida para aquellos que tienen hijos. No, no vale decir yo tengo un sobrino y lo quiero como a un hijo o cosas por el estilo. No es lo mismo, lo siento. Las emociones que subyacen a los propios pensamientos de cómo uno vive la paternidad (incluyendo la maternidad, no se vayan a poner nerviosas las feministas) son tan importantes como el propio procesamiento cognitivo y, por mucho que podamos empatizar con un padre o una madre, el tipo de amor que se genera entre padres e hijos y sus implicaciones no se puede entender plenamente hasta que se vive.
De hecho es curioso que, me tomo un aparte para comentar este aspecto, el cariño más similar en cuanto a las características de afecto y expresión que he encontrado al amor padre/hijo es el que algunas personas pueden llegar a manifestar por sus mascotas cuando llevan juntos muchos años (perros y gatos fundamentalmente). Ya sé que a los amantes moralistas del juicio ajeno les parecerá una barbaridad lo que estoy diciendo, pero desgraciadamente para la conducta humana, las emociones no se rigen ni por el juicio sumarísimo de otros ni, gracias a dios, por el juicio de lo políticamente correcto. Las emociones se tienen o no se tienen y remarcando que se trata de una semejanza, recuerdo algún caso en el que hubo que tratar el duelo patológico producido por la muerte de un animal querido. Lamento mucho que esto moleste algunos, pero quizás estos deberían plantearse entonces si están errando la pregunta y en lugar de preguntarse: ¿qué clase de persona puede amar más a un animal que a otra persona?, debieran preguntarse: ¿qué clase de humanidad hemos generado para que las personas aprecien más a los animales que a sus propios congéneres? Personalmente, de inicio desconfío de las personas a las que no les gustan los niños y los gatos.
Volviendo al tema inicial, el segundo inconveniente es que nos guste o no, hay padres a los que sus hijos les importan un auténtico bledo. Desde los que los consideran meros complementos instrumentales para sus fines, lo que lleva a sucesos desgraciados que estamos hartos de ver, hasta quienes sencillamente carecen de la capacidad de aceptar a otro, aunque sea su propio hijo, buscando clones de sí mismos para perpetuarse pero considerándolos su propiedad, no seres libres e independientes con derecho a buscar su propio camino (exclúyanse de este apartado esos momentos en que los hijos la lían parda y nos apetece estrellarlos contra una pared de hormigón. Eso entra dentro de lo «normal»).
Pero salvo estos dos inconvenientes y si se cumplen los criterios es una técnica de primera. Pasemos a la práctica. Ya comenté en varias ocasiones en el blog quién era Antonio Salas, el periodista infiltrado en grupos neonazis, poniendo este ejemplo: si un hijo suyo empezara a frecuentar estos círculos y estuviera preocupado por él y tuviera su oportunidad, ¿preguntaría a Antonio Salas que ha vivido, comido y respirado con ellos o le preguntaría a un sesudo académico que ha escrito cien libros del tema en su biblioteca tras enviar a su legión de becarios a pasar cuestionarios y entrevistas? Quizás ahí encuentre una respuesta del verdadero valor que da usted al conocimiento académico y a la Universidad como centro de saber.
¿Preferiría que su hijo fuera un consumidor abusivo de alcohol o un consumidor abusivo de cannabis? Sí, ya lo sé, ninguno de los dos, pero mójese. Ahí está su verdadera actitud ante las diferentes drogas. Si su hijo tuviera una enfermedad crónica cuyas dolencias únicamente disminuyeran con el consumo de una droga ilegal, ¿se la compraría? Ahí está su verdadero posicionamiento ante el cumplimiento de las leyes.
Si su hijo fuera víctima de bullying, el centro escolar tratara de minimizarlo u ocultarlo para salvar su imagen y las denuncias se convirtieran en procedimientos burocráticos eternos mientras su hijo recibe estopa un día sí y un día también, ¿seguiría esperando una resolución judicial o reventaría a guantazos a los bastardos que lo están atormentando? Ahí la confianza que le merece el sistema como protección de su integridad.
¿Preferiría que su hijo fuera un yupi farlopero ambicioso y podrido de dinero que vaga con absoluto desprecio de la vida ajena o preferiría que fuera un perroflauta marginal feliz que organiza talleres gratuitos y pulula haciendo malabares libremente de ciudad en ciudad? Ahí su criterio sobre el valor del dinero.
Desde los casos más extremos hasta las simplezas más absolutas es un buen punto de referencia. Dejo la recomendación para quien pueda considerarla de utilidad.
Salud y libertad