Archivo mensual: febrero 2020

Cómo convertir a un rebelde en un enfermo mental: del maltrato al consumo de cannabis

«La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia» (Poe)

El miedo a la libertad no es algo nuevo, aunque hay que reconocer que ciertas tendencias políticas actuales han impulsado esta emoción con un nuevo vigor tras entender su poder para controlar y someter a una masa cada vez más manipulable. Pero en todo caso, ni siquiera las personas (o personajes) que pretenden coartar la libertad ajena reniegan de la libertad, solamente demuestran su consideración sobre uso por parte de los demás, presuponiendo que a diferencia de ellos, son demasiado estúpidos como para saber utilizarla.

Una de las formas de cortar de raíz la libertad ajena es precisamente convenciendo a la persona afectada de que el libre uso de criterio y actuación está determinado por una enfermedad mental y que, por tanto, en realidad no está siendo libre, sino que está siendo controlado por impulsos o motivaciones patológicas.

Esto se puede observar perfectamente en los casos de maltrato, donde lo primero que hará el sujeto en cuestión es romper la red social de apoyo de su pareja, a la par que la hace creer que su capacidad de discernimiento está afectada por un deterioro cognitivo o cualquier otro tipo de patología mental, con el fin de que dude de ella misma. No obstante, también hay ejemplos en el ámbito político, donde a los discrepantes de regímenes totalitarios, de derechas o de esa izquierda genocida tan del gusto de nuestros gobernantes actuales, se les enviaba a campos de concentración o gulags para re-educarse, que es la forma de decir aplicando la neolengua, que debían someterse al pensamiento en bloque dominante.

El problema cuando hablamos técnicamente, y no solo socialmente, de salud mental, es que podemos encontrarnos con algún caso semejante. Por ejemplo, la Historia de la Psicología deberá cargar con la vergüenza de haber  validado el concepto de histeria y su supuesto tratamiento, que incluía verdaderas torturas a base de electroshocks aplicados indiscriminadamente a mujeres perfectamente sanas que osaban no aceptar el régimen de esclavitud y abuso a las que les sometían sus maridos. Todavía hoy, de vez en cuando, algún marido pregunta o plantea tal posibilidad, de la misma forma que lo hace algún padre cuando su hijo le confiesa que es homosexual, condición considerada «trastorno» durante mucho tiempo por obra y gracia de la religión imperante.

Otro ejemplo es la drapetomanía, la supuesta enfermedad que padecían los esclavos negros del siglo XIX, por la cual tenían unas ansias de libertad excesivas que les hacían manifestarse contra el sistema de esclavitud. Y llegando a tiempos más actuales, el TDAH, donde algunos profesionales con pudor y reticencia a vender su conocimiento a la lucrativa industria farmacéutica, hablan de la patologización del natural, curioso y agotador comportamiento infantil.

Pero, ¿realmente es tan fácil que cuaje la idea de que alguien tiene un trastorno mental simplemente porque no acepta someterse a ciertos cánones morales, comportamentales, políticos o ideológicos imperantes? Veámoslo.

Imaginemos a un consumidor de cannabis que producto de una enfermedad cuyos síntomas pretende tratar, o simplemente por introspección psicológica o disfrute, realiza un uso no abusivo de la sustancia. Imaginemos también que el individuo en cuestión es un poco díscolo y está hasta las narices de que personas mediocres y corruptas dirijan su vida, por lo que desobedece la normativa y se pone a fumar un porro en medio de la calle con tan mala suerte de que se cruza con un policía.

Hasta aquí no habría problema, uno desobedece y el otro cursa la correspondiente denuncia por consumo en la vía pública. El conflicto surge cuando se inmiscuye el sistema sanitario, bien por exigencias del sujeto, jurídicas o de otro tipo, porque si el psicólogo o psiquiatra de turno no es muy espabilado, y hay profesionales que es aterrador que tengan permiso para ejercer, podría perfectamente aplicar con literalidad el DSM IV-TR.

El DSM, que actualmente va por su versión V (una versión que por cierto ha levantado una auténtica polémica por los conflictos de intereses económicos de sus principales impulsores con la industria farmacéutica), es el manual donde se recogen los diferentes trastornos y las condiciones que hay que cumplir para ser diagnosticado.

Y en lo referente al abuso de cannabis, lo define como: “un patrón desadaptativo de consumo de cannabis que conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativos, expresado por uno (o más) de los ítems siguientes durante un período de 12 meses:

1.- (…)

2.- (…)

3) problemas legales repetidos relacionados con la sustancia (p. ej., arrestos por comportamiento escandaloso debido a la sustancia).

 

Así que, eureka, en aras de la literalidad y de buenas dosis de mala baba, hemos conseguido convertir una conducta rebelde en una taradura mental, un trastorno por abuso de cannabis, que en realidad lo único que oculta es un deseo de no someterse a una normativa que uno considera injusta o que simplemente, por mil razones, pretende pasarse por el arco del triunfo.  Eso sí, tienen el detalle de darte una segunda oportunidad, a partir del segundo problema legal, premio.

Resumiendo, teniendo todo esto en cuenta, deberíamos ser más laxos a la hora de achacar problemas mentales al personal, o al menos reconocer que con estos mimbres, todos somos carne de cañón. Por supuesto, sin quejarnos en demasía, no sea que nos diagnostiquen también de trastorno negativista desafiante y llevemos la oferta del 2×1 en el Carrefour jurídico-sanitario.

Salud y libertad…

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La verdad sobre la anfetamina (lisdexanfetamina)

“La mente se estira por una nueva idea o sensación, y nunca se contrae de nuevo a sus antiguas dimensiones” (Oliver Wendell Holmes)

Después de grandes éxitos como “La verdad sobre el metilfenidato”, “La verdad sobre los ansiolíticos” o “La verdad sobre los fármacos para la erección”, entre otros, estaba prácticamente obligado a escribir otra verdad, mi verdad, sobre las anfetaminas.

Vaya por delante que no me gustan las drogas estimulantes, salvo mi siempre reparadora Coca-Cola si es que se me permite incluirla en tal categoría, pero tener un blog es como escribir una novela, a veces el contenido cobra vida y te lleva por sus propios derroteros.

Que te sirvan una Pepsi cuando has pedido Coca-Cola, debería estar penado con la más terrible de las muertes.

Como decía, los estimulantes no me gustan por tres razones. Primero, porque por constitución personal ya vivo sobre-estimulado, ansioso y  nervioso de sobra, y porque para notarme hiperactivo y sentirme Dios, yo al menos no necesito droga alguna (la llevo endógena de serie). Segundo, porque tengo mucho respeto por los fármacos liberadores de grandes cantidades de dopamina, tanto por su capacidad para generar dependencia o brotes psicóticos a medio plazo, como para facilitar Parkinson a largo. Y tercero, no lo voy a negar, porque siento bastante desprecio por la sub-cultura de la cocaína, donde se encuentra el prototipo que tanto detesto del yupi farlopero que busca el desfase por el desfase y ejercer una superioridad artificial que solo busca mitigar sus complejos ante la falta de un sobrevaloradísimo éxito social o profesional.

Ahora bien, dicho esto, respeto la libertad de cada uno para consumir aquello que desee, siempre que se haga responsable de las conductas bajo sus efectos, y no veo mal alguno en que uno busque incrementar su capacidad, rendimiento y productividad, asumiendo ciertos riesgos de los que, por supuesto, debería ser consciente. Resumiendo, allá cada cual, que los conflictos empiezan cuando uno deja de gestionar su propia vida para intentar gestionar la de los demás.

Para la realización de este pequeño experimento hemos utilizado el fármaco Elvanse, una anfetamina que en España se utiliza como sustituto del metilfenidato para los pacientes con TDAH, cuando este no genera los efectos deseados o cuando existe una respuesta adversa. Otros países como EE.UU., sin embargo, facilitan la anfetamina directamente como tratamiento de primera línea, si bien allí la moda es el Adderall, una mezcla a tres cuartos de dextroanfetamina y un cuarto de levoanfetamina, que se utiliza con gran éxito no solo  para que los niños movidos dejen de dar por saco, sino para que los universitarios y trabajadores incrementen su rendimiento aprovechando sus efectos nootrópicos o lo disfruten recreativamente aprovechando su potencial afrodisiaco y estimulante.

Siendo purista, el Elvanse es lisdexanfetamina, un profármaco de la dextroanfetamina (que sería la anfetamina clásica) que se vende en botes de 30 cápsulas que pueden contener dosis de 30 mg, 50 mg y 70 mg, siendo la primera presentación óptima para medicar a los niños (dios bendito, qué aberración) y las otras para los adultos. Su precio ronda los 115€ en farmacia si no se aplican los descuentos de la Seguridad Social, aunque exige receta obligatoria, y puede encontrarse en el mercado negro con un coste que oscila entre los 200€ y 300€. Su efecto terapéutico comienza en teoría a los 45-60 minutos desde la toma y puede durar hasta 13 horas, funcionando a través de un mecanismo dual: liberando directamente dopamina y en menor medida noradrenalina, y bloqueando de forma aguda la recaptación de ambos neurostransmisores monoaminérgicos.

Para la prueba se ha utilizado una cápsula de 50 mg por mera disponibilidad. No obstante, como la dosis parecía muy alta para el objetivo pretendido, se dividió el contenido de la misma en dos, consumiendo la mitad (unos 25 mg) por vía oral y devolviendo el resto al interior de la cápsula. Aunque la sustancia puede esnifarse, esta forma de administración está específicamente desaconsejada debido al incremento de la intensidad de sus efectos y de su capacidad adictiva. La dosis ingerida es especialmente interesante pues recordemos que la cápsula indicada como dosis para menores es de 30 mg. Es decir, se ha consumido algo menos de la dosis correspondiente a un niño.

Teniendo esto en cuenta y habiendo estado controlado en la distancia por mi ángel de la guarda por si hubieran existido complicaciones, comento los resultados, empezando, como siempre, por los registros fisiológicos. Primero, de tensión arterial…

… y después, del incremento de pulsaciones, donde se puede apreciar claramente un incremento en el momento de mayor efecto, aunque como veremos, quizás no se debiese solo al efecto directo de la sustancia…

Desde el momento del consumo y durante los primeros 15 minutos, la única sensación apreciable fue una percepción interoceptiva de aceleramiento cardiaco que no se corresponde, como podemos ver, con ningún indicador objetivo y que, como ya ocurrió en otros casos, puede ser simple consecuencia del nerviosismo. Sí se produjo a partir de la media hora una sensación en la cabeza como de presión, acompañada de un claro incremento en la nitidez de las percepciones, más ricas en matices y semejante a la sensación de “estar colocado” que ya se expuso con el metilfenidato.

En este momento cometí un gran error, dado que la idea, además de realizar la prueba, era analizar su capacidad potencial para incrementar el rendimiento cognitivo. Pero como en ese momento los efectos tampoco parecían especialmente relevantes, decidí ponerme a fregar los platos mientras esperaba a que el efecto se intensificara. El caso es que fue en ese preciso momento cuando la sustancia decidió operar toda su magia, y lo que iba a ser una limpieza básica de cacharros para volver raudo a mi pc, se convirtió, atención, en una maratón de hora y media consistente en: fregar los cacharros, limpiar los armarios, desengrasar la campana extractora, limpiar el baño al completo y la vitrocerámica (cuyo último episodio de profilaxis dista en fechas lejanas tanto que ignoraremos) y tender la ropa.

He aquí el poder de la higiene de una vitro haciéndote visualizar hipnóticamente el origen del cosmos

Juro que el sudor de mi frente, del que tengo fotos que por pudor no voy a incorporar, pero que es semejante, si no superior, al de cualquier sesión de gimnasio, da buena cuenta de los  efectos activadores y de aceleración de la sustancia. Por si fuera poco, estos se completan con una focalización atencional algo más potente que la derivada del consumo de metilfenidato, y claro, escuchar “Semos las niñas del colegio de La Salle” de los Mojinos Escozíos, en este plan, mientras se observa la más mínima brizna de grasa como un enemigo a aniquilar, genera una escena entre cómica y dantesca.

Afortunadamente, tras hora y media, sonó una nueva alarma del móvil para indicarme que debía volver a realizar la toma de datos fisiológicos, lo que me ofreció la oportunidad de cambiar el foco de actividad y empezar a realizar un trabajo más cognitivo. No obstante, en ese momento de cambio de actividad, que puede apreciarse claramente en los registros, sobrevino una sensación intensa de calor, que me llevó a tomarme la temperatura (no llegaba a 36,5º) y a hidratarme en abundancia con un extraño elemento que tiempo atrás escuché que se podía utilizar para beber: agua.

Aproximadamente una hora después de estar trabajando a buen ritmo y con una capacidad de concentración muy mejorada, apareció otro efecto de la sustancia, su efecto afrodisiaco. No obstante, como tampoco tenía ninguna intención de perder el tiempo con esas incómodas necesidades fisiológicas, apliqué la UPE (unidad de paja estándar) volviendo en diez minutos a tareas más productivas.

En las dos o tres horas siguientes, la productividad se incrementó de forma considerable, manteniendo la capacidad de atención y concentración, con una sensación de rapidez en el paso del tiempo semejante a la que puede ocurrir bajo los procesos de sugestión hipnótica y sin aparición alguna de síntomas de cansancio o fatiga. En este tiempo, solamente se produjo alguna fuga al desviar la atención de un estímulo a otro, focalizando la atención en el nuevo; un cierto malestar por sensibilidad  a la luz, que no tengo ni idea de si se debe a la sustancia o no; y eso sí, una sensación lo suficientemente energizante como para pensar que con cuatro amigos de mi elección podría conquistar la Alemania de Merkel. Claro, que en este último punto quizás influyó estar escuchando la banda sonora de Braveheart.

Finalmente, a las tres horas (cinco desde el inicio del experimento), caí en la cuenta de que se me había olvidado comer, algo bastante habitual en sujetos con trastorno obsesivo cuando se enfrascan en la realización de una tarea, así que planteé una nueva parada estratégica para cumplir con el incordio de satisfacer una nueva necesidad fisiológica prefiriendo estar en otros menesteres y volví a mis asuntos.

A partir de ahí la sensación fue más incómoda, aunque no llegó a ser especialmente desagradable, interpretando que se debía al final de su acción mucho tiempo antes de lo esperado, probablemente debido a la reducción de la dosis. En esos momentos aparecieron sensaciones como: confusión, dolor de cabeza, mareo, sensación de resaca y cierta ansiedad, que supongo desaparecerá en un par de horas (o ya me encargaré yo de que desaparezca).

Por supuesto, este experimento se limita a comentar los efectos agudos desde un prisma exclusivamente personal y puntual, pero no olvidemos que los riesgos se incrementan con un consumo frecuente, además de por el incremento de tolerancia, por unos efectos secundarios cuando el consumo es crónico, que pueden ir desde paranoia y alucinaciones, hasta bruxismo, ataques de ira,  convulsiones e impotencia.

Así, una vez expuesta la situación, dejo como siempre que cada cual saque su propia conclusión. La mía, a fuerza de ser honesto, es que aun aceptando que incrementa la capacidad de atención y la concentración junto con el rendimiento, no se justifica su uso, salvo quizás en casos muy, muy puntuales o graves, como tratamiento farmacológico. Entiendo que alguien pueda utilizar la sustancia puntualmente como droga (que no fármaco), para salir airoso de un pico de trabajo o para eliminar la fatiga con fines recreativos, pero me parece una barbaridad indecente, sugerirla como medida de tratamiento psicológico a un menor.

Salud y libertad

[AÑADIDO]: Esa noche fui incapaz de dormir más de dos horas con el consiguiente destrozo por cansancio al día siguiente, lo que puede explicar también la capacidad adictiva de la sustancia.

 

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